Le dicen "el Quijote colombiano" y lleva su 'Biblioburro' a los lugares más apartados y pobres de Colombia Reportajes & Investigación
La trascendencia de esta historia surge de la sencillez. Luis Soriano, un profesor rural de Colombia, tenía libros para compartir y cuando pensó en la manera de cómo hacerlo unió dos elementos aparentemente adversos: libros y burros.
‘El Quijote colombiano’, como lo han llamado, recorre las intrincadas veredas de su natal La Gloria, en el departamento del Magdalena, en la región caribe colombiana, sobre el lomo de los burros Alfa y Beto, que transportan una carga compuesta de páginas y tinta.
Soriano, que estudió Español y Literatura en la Universidad del Magdalena, en Santa Marta, tenía 70 títulos que quería compartir con las personas de los caseríos cercanos, pero ¿cómo lo haría?
Pensó que sería más fácil movilizarlos con la ayuda de los animales utilizados tradicionalmente para llevar bultos a través de largos caminos en las zonas campesinas. «‘Sin querer queriendo’ me monté en burro y fui con los libros a casas vecinas», dijo en una entrevista para RT.
El Biblioburro, como se llamó la unión de dos elementos tradicionalmente opuestos en forma de biblioteca no convencional, nació en 1997, de la mano de Soriano.
El creador de la idea explica que inicialmente no recibió apoyo económico, pero en la actualidad es sostenido por la Caja de Compensación Familiar del Magdalena (Cajamag), que ha financiado la promoción y animación de la lectura con una red de «biblioburristas» en territorios de difícil acceso de la Serranía de Santa Marta, donde se encuentran comunidades indígenas como los arhuacos, los kogis, los wiwas, entre otros.
Los primeros Alfa y Beto murieron y otros animales más jóvenes cumplen ahora con su tarea y llevan su mismo nombre en homenaje. Beto fue atacado por una serpiente y Alfa, que estuvo treinta años con Soriano, falleció a una avanzada edad.
Este profesor con más de 25 años de experiencia en el ámbito educativo recuerda que en algunas oportunidadesfue cuestionado por su familia y sus conocidos por dedicarse a una labor que no arrojaba dividendos. Actualmente, con el financiamiento que recibe, se conformó una red de entre seis y ocho personas, que además forman parte del sistema de bibliotecas públicas.
Cuando se le pregunta sobre su razón para emprender largos viajes, hasta varias horas sobre los cuadrúpedos, habla de la alegría de los niños cuando los jumentos se asoman por los lugares apartados del Magdalena, uno de los cinco departamentos más pobres del país suramericano.
«Hay pequeños muy inteligentes que aportan al Biblioburro, que son líderes en su comunidad, que se encargan de organizar a los demás», agrega.
Henry Candanoza, quien desde 2010 conforma la Fundación Biblioburro junto a Soriano, refiere que los pequeños en las comunidades «desnudan su corazón al tener un libro en sus manos», a pesar de sus propias limitaciones. «Escasamente tienen para comer pero cuando llegamos ponen una sonrisa de oreja a oreja».
El Biblioburro hace visitas de dos a tres veces por semana a distintas poblaciones. Participan en el programa unos 340 niños junto a otros que, aunque no están registrados, disfrutan de las actividades.
«A los niños les ofrecemos herramientas para transformar su pensamiento, para estimular su imaginación, para que sepan que tienen derechos y deberes», expresa Candanoza.
La constancia de estos 21 años de aprendizaje a través del Biblioburro se reafirma cada jornada que termina cuando los pequeños dicen: ‘no nos dejen de visitar, no nos abandonen‘», recuerda Candanoza.
El intelectual colombiano Alfredo Molano, al hablar de su título ‘A lomo de mula’, dice en una entrevista que es más fácil conocer Colombia sobre este animal que en un helicóptero. Este pareciera ser el espíritu de Soriano.
Recuerda las burlas y el escepticismo de algunos conocidos cuando supieron que cabalgaría un burro para precisamente promover la lectura. «Lo veían con una connotación ridícula» en aquellos primeros años.
En su andar ha tenido caminos más escarpados que otros, y momentos complejos donde su propia vida se ha visto en peligro. En los años noventa fue retenido en una oportunidad por un grupo de paramilitares, que luego de unas cuantas horas, lo dejó marchar. En otras ocasiones solo fueron preguntas sobre lo que hacía.
En 2009, mientras cumplía con su tarea, se cayó de Alfa. Luego de tres años de intensos dolores, tuvieron que amputarle una pierna. Sin embargo, este accidente y las experiencias surgidas en el seno del conflicto en el país suramericano no incidieron en la continuación del proyecto.
El corregimiento de la Gloria, que no ha escapado de la violencia en Colombia, está compuesto en su mayoría por desplazados del conflicto armado. Hasta la primera década de 2000 los periodistas no podían visitar a Soriano para entrevistarlo por temor.
El educador considera que si bien su país ha sido estigmatizado por el tema de la violencia y la droga, la labor educativa y cultural del la promoción de la lectura «ha transformado mentes, comunidades, escuelas, maestros. Es algo que no se puede esconder».
En su opinión, su comunidad ha cambiado. «Es una población que despierta, que reclama, que lo hace por las vías correspondientes».
Soriano habla de la promoción de la paz que deben hacer los líderes sociales como él, y Candanoza explica que algunos participantes del Biblioburro, que ya son adultos, «iban a irse a la guerra y no lo hicieron».
«Cuando ves que los niños eligen los libros en vez de armas, en vez de estar sentados en una esquina mirando a quién roban, vemos y sentimos satisfacción», dice con emoción al otro lado del teléfono Candanoza.
El conocimiento no solo viaja en el lomo de Alfa y Beto, también lo hace por medio de las herramientas tecnológicas e internet «para fortalecer el aprendizaje», a través del programa Biblioburro Digital, explica Candanoza.
El trabajo de este joven, que es el director de comunicaciones de la fundación, se ha centrado en la adecuación de los contenidos educativos para una página web aún en construcción. Por ahora, las historias e imágenes de esta labor pueden encontrarse en las redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter.
Otro de los programas que ofrecen es un voluntariado llamado «Biblioburro very well» dirigido a extranjeros que deseen visitar la fundación y participar en actividades de voluntariado e intercambio cultural, sin costo alguno. En este caso el correo para obtener información o hacer donaciones es [email protected]
A través de Biblioburro se han erigido tres escuelas, un salón digital y una biblioteca con más de siete mil libros, que han sido donados por personas dentro y fuera de Colombia.
El biblioburro ha trascendido sus propias veredas y ha caminado por otros mapas. En Italia tiene un par llamado Serafino, que de la mano de Lucía Pignatelli, recorre las calles de la provincia de Milán. Ella se inspiró en la iniciativa de Soriano.
Esta sala de lectura itinerante ha sido reconocida tanto dentro como fuera de Colombia, «porque aunque no maneja grandes recursos, es un trabajo donde dos burros, que son los más inteligentes, llevan educación y transforman vidas», afirma Candanoza.
Tanto en Chile como en Bolivia el pelaje gris de los asnos ha sido cambiado por el lanudo de las Bibliollamas, que se manejan con más destreza en los escarpados relieves andinos. En EE.UU. la tracción no es animal y se ha adaptado un bus para operar como una biblioteca, relata.
Entre los reconocimientos que ha recibido esta iniciativa surgida del mismo departamento que vio nacer al nobel colombiano Gabriel García Márquez, se encuentra el del exmandatario de Timor Oriental, José Ramos-Horta, quien invitó al profesor Soriano a quedarse en la residencia presidencial y allí le impusieron una medalla de honor al mérito por la paz.
Candanoza recuerda entre risas que una vez un periodista español le preguntó al educador directamente por los burros. En su opinión, ellos son los más inteligentes «porque llevan educación y transforman vidas».