Petro y la encrucijada política que enfrenta el candidato favorito a la presidencia de Colombia Actualidad
La campaña electoral colombiana se aproxima a un punto culminante. No ha habido manera de bajar de la punta al izquierdista Gustavo Petro, que, encuesta tras encuesta demuestra su liderato por varios puntos.
La alianza de su pirincipal rival, el derechista Federico Gutiérrez, con el expresidente César Gaviria, liberal de centro, podría asegurar el balotaje que Petro está tratando de eludir, intentando asegurar el triunfo en la primera vuelta, explica el sociólogo Ociel Alí López en un artículo de RT.
Perola situación política de este 2022 es muy diferente a la de 2018, cuando el apoyo de Gaviria al actual presidente Iván Duque fue fundamental para su triunfo.
En esta ocasión Petro luce mucho menos vulnerable electoralmente y aventaja con mayor margen en los sondeos al resto de candidatos. Esta situación genera intenso nerviosismo en las fuerzas conservadoras, tanto en las más políticas como en las propiamente guerreristas que habitan ese país.
Entonces es aquí, en la recta final, con un imparable Petro, que salen a relucir las sombras más oscuras de la sociedad colombiana. De hecho, la pregunta que obsesiona al establishment es una sola: ¿cómo pararlo?
La revista Semana, rabiosamente conservadora, ha dedicado su portada del primero de mayo a «develar» un supuesto malestar militar, después de entrevistar a «decenas de generales y otros oficiales y suboficiales de todas las fuerzas, además de soldados, que aceptaron hablar con esta revista bajo la reserva de su identidad».
Las conclusiones son bastante esperables de una «investigación» de esta revista: «A medida que él ha venido creciendo en la intención de voto, ha aumentado la prevención y la molestia en las filas (militares)».
El reciente affaire del candidato izquierdista con el General del Ejército, Eduardo Zapateiro, quien entró de manera directa a la campaña electoral al polemizar públicamente con Petro, disparó mucho más las tensiones entre los sectores progresistas y el mundo militar. Pero ahora este tiene una amenaza superior.
El candidato suspendió eventos en el eje cafetero, pautados para el 3 y 4 de mayo. En un comunicado detalló que había recibido información de que el grupo La Cordillera atentaría contra su vida en un evento público.
El grupo La Cordillera, dice el comunicado, «es una organización paramilitar dedicada al narcotráfico y al sicariato». Basa estas informaciones también en fuentes policiales.
No es algo nuevo para Petro. Ya en la campaña de 2018, un evento en Cúcuta fue boicoteado por sectores de derecha radical y paramilitar, y el auto donde viajaba recibió varios impactos. Ante estos hechos, el gobierno, los medios y las instituciones se mostraron displicentes, bajando volumen a la gravedad del suceso, a pesar de que el mitin tuvo que ser suspendido.
Pero esta campaña ha sido mucho más agresiva y ha dejado ver a jefes militares azuzando contra Petro, medios en estado histérico señalándolo de infinidad de cosas y presuntas amenazas contra su vida.
En esta ocasión, el gobierno respondió por la seguridad del aspitante, pero el propio Duque dice que los organismos de inteligencia «no tienen información de ningún atentado que esté siendo planeado contra ningún candidato presidencial».
Otros funcionarios y senadores del uribismo han tratado de restarle importancia al hecho. La vicepresidenta Marta Lucía Ramirez afirmó que «nadie tiene más seguridad» que Petro y pidió no generar «pánico injustificado». Para el senador del uribismo Ciro Ramírez, el posible atentado es parte de una «campaña mediática», mientras que María Fernanda Cabal, otra senadora del uribismo, dejó claro que no le cree a Petro sobre las presuntas amenazas «porque es un mitómano».
El problema es que el Estado colombiano y sus instituciones han sido especialmente contumaces a la hora de blindar la seguridad y vida de los candidatos. Pero no de todos.
A pesar de la fuerte actividad guerrillera que ha existido en Colombia, no se conoce la muerte de algún candidato de la derecha en ese país.
En cambio, los liderazgos que han prometido transformar la sociedad colombiana sí han conseguido la muerte en medio de una campaña electoral.
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 fue el detonante que abrió décadas de una lucha armada que aún no culmina. Luego, entre paramilitares y narcotraficantes acabaron con la vida de Luis Carlos Galán (1989), Jaime Pardo Leal (1987), Bernardo Jaramillo (1990) y Carlos Pizarro (1990), todos candidatos progresistas.
Lo más preocupante es que el actual comandante del Ejército, el general Zapateiro, se declaró conmovido cuando por causas naturales murió alias Popeye, uno de los sicarios más crueles y famosos del cartel de Medellín, que estuvo implicado en muchos asesinatos políticos que impactaron la vida del país.
El caso es que Colombia es un ancho territorio infectado de grupos irregulares muy violentos y la situación actual de Petro, que por un lado trae una propuesta radical de cambio y a la vez va de primero con larga ventaja en las encuestas, lo ha convertido en el blanco privilegiado de todo el conservadurismo y especialmente el que está armado: el paramilitarismo.
Con esta denuncia concreta contra La Cordillera y la suspensión de la gira del candidato en el eje cafetero, se evidencia el descontrol del Estado en el territorio colombiano.
La vida de Petro corre inminente peligro. Su delantera hace suponer intranquilidad en los resortes conservadores de una sociedad acostumbrada a resolver con violencia y asesinato sus diatribas políticas y sus miedos.
Suspender sus actos públicos podría suponer una parálisis de la campaña, pero no hacerlo puede poner su vida en riesgo. Aunque más que su vida, un acontecimiento de este tipo supondría disparar nuevamente la violencia extrema en Colombia, posiblemente por varias décadas más.
Colombia se lo juega todo en estas presidenciales, cuya primera vuelta será el 29 de mayo: o trata de pasar la página de la violencia o puede quedar atrapado en ella por el largo siglo que nos queda por delante.
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